Oliver Twist, publicada por entregas en 1837, consolidó la fama de Charles Dickens y es, sin duda, una de sus novelas más conocidas. Con ella se proponía demostrar que se podía «servir a la moral» mediante una historia con «personajes elegidos entre lo más criminal y degradado de la población de Londres», y donde sin embargo sobrevivieran la candidez y la fragilidad. La historia del pequeño Oliver, criado en un hospicio, empleado y maltratado en una funeraria, fugitivo en Londres, donde es reclutado por una panda de ladrones que él no reconoce como tales, es un magnífico relato sobre la inocencia acosada. Los distintos protectores que va encontrando en su camino nos descubren al Dickens idílico y sentimental, pero en el bando de los corruptores asoman algunas de sus más inquietantes creaciones –Fagin, el genio del crimen, el ladronzuelo Jack Dawkins, el asesino Sikes, el misterioso Monks–, que inspiran tanta repulsión como atracción. Tampoco faltan en la novela los efectos cáusticos y a la vez reparadores de su sentido del humor.